JUEGO: DESARROLLO SOCIO-EDUCATIVO DEL
NIÑO.
El juego es una actividad
fundamental en el desarrollo del niño, hasta tal punto que va a influir tanto en su
capacidad posterior para adquirir y asimilar nuevos aprendizajes, como en su
futura adaptación a la sociedad imperante. El juego podría considerarse una
actividad social por excelencia, en la cual pueden verse claramente reflejadas
las características del pensamiento, emoción y sentimientos infantiles.
Toda la actividad humana surge de una necesidad innata de explorar y controlar
el entorno, aumentando a su vez la motivación y la iniciativa, de tal forma que
tanto los bebés como los niños de corta edad, aprenden a través del juego
multitud de papeles distintos por medio de la observación y la imitación,
normas sociales, etc., que les será posteriormente de gran utilidad en su vida
adulta.
Tal y como piensan hoy día
un gran número de psicólogos y educadores, la infancia no es un simple paso
hacia la edad adulta, sino que tiene un valor concreto en sí misma.
Actualmente se admite que en la infancia se encuentran muchas de las claves
de lo que será la persona en un futuro. Esta afirmación ha sido
especialmente apoyada por Sigmund Freud cuando afirmaba que "todo hombre
es su infancia".
Evolución del niño a través del juego
Ya Piaget en el año
1986 analiza pormenorizadamente su concepción del juego en el
libro "La formación del símbolo en el niño", vinculando la
capacidad de jugar a la capacidad de representar o de simbolizar, lo cual
ocurre en el primer año de vida y se desarrolla durante el segundo y tercer año.
Esta etapa se caracteriza por el "imaginar o fingir" y es la base
del desarrollo del juego social. El niño que juega a ser médico o tendero,
está realizando simbólicamente una serie de comportamientos que ha observado,
imitándolos hasta que finalmente los interioriza convirtiéndolos en patrones de
conducta, que en un futuro le van a ser útiles para adaptarse al mundo que le
rodea.
Intimamente relacionado con
el juego está el fenómeno de la imitación. El niño cuando imita a alguien, está acomodando
su conducta a ese alguien. En este sentido, Piaget considera que la
inteligencia es la totalidad de las estructuras cognoscitivas disponibles.
Estas estructuras de conocimiento de que dispone el sujeto son los esquemas.
Posteriormente, al interrelacionarnos con el entorno, se incorporan nuevos
datos a nuestros esquemas mediante un proceso denominado asimilación.
Finalmente el sujeto va a ser capaz de aplicar esquemas generales a datos
particulares mediante un proceso de acomodación. Cuando, por ejemplo, un niño
de 5 o 6 meses ha logrado abrir después de una serie de intentos una caja
determinada, ha ocurrido lo siguiente: En primer lugar, el niño asimila la
situación actual "abrir la caja" a una serie de esquemas generales de
los que dispone (habilidades manuales, coordinación visomanual, etc.). En
segundo lugar, se acomoda a la situación concreta "esta caja y no
otra". En tercer lugar, esta situación concreta, ha dado lugar al conocimiento
práctico de abrir y cerrar no sólo esa caja sino todas las demás,
desarrollando, por tanto, un esquema nuevo que será utilizado en un futuro,
probablemente no sólo para abrir cajas, sino para cualquier otra actividad
manual parecida que le surja. Existe, por tanto, una interacción
entre la asimilación y la acomodación, que da lugar al desarrollo de esquemas
(adquisición de nuevos conocimientos), que va a permitir que el niño se vaya
haciendo "más inteligente" progresivamente.
Podrían establecerse, según
Piaget, tres fases que marcan el desarrollo evolutivo del niño: en el período sensoriomotor, que cubre
desde el nacimiento hasta los dos años, el juego es un placer fundamentalmente
sensorial y motor, es decir, el niño mira, toca, chupa, huele, golpea,
manipula y se lleva a la boca todo lo que aparece en su campo de acción. Por
tanto, esta etapa se caracteriza por la repetición, la práctica, la
exploración y la manipulación. Esta conducta progresa posteriormente hacia
el juego realizado con objetos (por ejemplo amontonar cubos, armar puzzles
sencillos, insertar anillas, etc.).
En el período simbólico o preoperatorio, que va desde los 2 a los 7
años, el juego es, además, una actividad simbólica. El niño
todavía presenta grandes dificultados para superar el egocentrismo
intelectual, es decir, presenta una incapacidad para ponerse o entender el
punto de vista del otro, creyéndose todavía el centro de todo su mundo y
siendo incapaz de comprender que la atención de sus padres, por ejemplo, no es
una propiedad exclusiva de él.
Este tipo de progresos
psicológicos podemos lograrlos a través de algo tan sencillo como la actividad
de pintar y colorear dibujos. Y es que los dibujos son una excelente
herramienta para inculcar valores a los niños sin que éstos se den cuenta, ya
que ellos solo se divertirán coloreándolos.
Pero si sabemos encauzar
determinadas fichas educativas y logramos que el dibujo haga pensar al niño en
algo más que en qué colores elegir, podremos desarrollar esos comportamientos
necesarios para su desarrollo educativo y social.
A partir de los 7 y hasta
los 12 años, el niño pasa al estadio de las operaciones concretas, en el cual
comienza a desaparecer el egocentrismo de la fase anterior. En esta fase, es ya
capaz de realizar operaciones mentales interiorizadas y reversibles. Por
ejemplo, un niño de 7 años es capaz de entender que el contenido de un vaso de
agua, es el mismo aunque se haya vaciado en un recipiente de tamaño o forma
distinta. En este período, coincidente con el nacimiento de la inteligencia
lógica, el juego se convierte finalmente en un juego reglado. Por tanto,
llega un momento en que la característica esencial de los juegos, es que sus
componentes se someten a determinadas reglas o normas. Este momento según
Piaget, está vinculado al nacimiento del juicio moral y la autonomía en el niño.
Según este autor, las reglas o normas en el juego en los niños menores de 7
años, son consideradas como sagradas, intangibles y de origen transcendente,
sin embargo, a partir de esa edad, los niños ven en la regla un producto del
acuerdo entre iguales, admitiendo, por tanto, la posibilidad de modificaciones
si hay conformidad en el grupo.
A partir de los 12 años, el
niño entra en el estadio de las operaciones formales, en el cual ya ha
adquirido el pensamiento abstracto, o también llamado pensamiento científico. No vamos a entrar a
explicar este estadio en este momento pues se escapa a la etapa de educación
infantil y primaria en la que estamos centrados.
No hemos de olvidar, que
tanto en educación infantil como en primaria, otra importante característica
del juego y que hay que tener muy en cuenta es la competición. Los seguidores
de Piaget reducen a cuatro los principios de enseñanza para los juegos competitivos:
•
Quitar
importancia al hecho de ganar.
•
Verbalizar
que no pasa nada si se pierde.
•
Permitir
que los niños eviten la competición si lo desean.
•
Participar
principalmente en juegos de azar.
Hay que tener en cuenta, que
a pesar de que no todos los aspectos en la competición son negativos, en muchas
ocasiones y sobre todo en edad escolar, sí es importante que el educador sepa
en la mayor parte de las ocasiones, transformar los juegos competitivos, en
juegos no competitivos o, si es posible, en cooperativos. En este sentido, la
intervención del adulto (psicólogo, educador, padres, etc.) es importante, ya
que las primeras necesidades que siente el niño, tal y como han demostrado
muchas investigaciones actuales, son fundamentalmente de origen social
Aspectos a tener en cuenta para que el juego pueda
considerarse educativo
Para intervenir de una
manera eficaz en el desarrollo del niño a través del juego, hay que tener en
cuenta dos enfoques: En primer lugar estaría el enfoque piagetano, consistente básicamente en observar para
comprender. El observador se sitúa fuera del juego del niño y hace sus
anotaciones, sin intervenir para nada en la conducta del niño.
En segundo lugar, estaría la teoría o enfoque sociocultural del
desarrollo, que se podría enunciar diciendo que es preciso observar para
transformar. Es el adulto el que interviene en el juego del niño
encauzándolo, haciéndolo progresar, poniendo al niño ante situaciones
paradójicas, opuestas, cambiantes, etc.
Ambos enfoques tomados
conjuntamente nos permitirían comprender las conductas del niño en el juego
basándonos en la observación y de esta forma intervenir transformando o
aportando nuevas pautas al repertorio conductual del niño.
En cuanto a los factores
a tener en cuenta a la hora de practicar el juego desde un punto de vista
educativo, podrían destacarse las razones que Kamii y De Vries
consideran como necesarias para que un juego colectivo sea educativamente útil
y que pueden servir a su vez como elementos útiles para la observación. Son
las siguientes:
•
Proponer
algo interesante y estimulante para que los niños piensen y decidan por sí
mismos cómo llevarlo a cabo.
•
Posibilitar
que los propios niños evalúen por sí mismos su éxito.
•
Permitir
que todos los jugadores participen activamente durante todo el juego, es decir,
que se impliquen mentalmente adquiriendo a su vez un compromiso.
Obviamente existen otras
razones para que un juego pueda ser valorado como útil desde el punto de vista
educativo, como por ejemplo que sea intrínsecamente motivador para quienes
lo practiquen, que se genere de forma espontánea, que sea experimentado como
divertido, que su práctica sea activa y, por supuesto, que se realice por
voluntad propia.
Para finalizar, hay que
resumir diciendo que el juego es la actividad que permite a las niñas y
niños investigar y conocer el mundo que les rodea, los objetos, las
personas, los animales, la naturaleza, e incluso sus propias posibilidades y
limitaciones. Es el instrumento que les capacita para ir progresivamente
estructurando, comprendiendo y aprendiendo el mundo exterior. Estos conocimientos
que adquieren a través del juego les dirigen a reestructurar los que ya
poseen e integrar en ellos los nuevos que van adquiriendo. Jugando, el niño
desarrolla su imaginación, el razonamiento, la observación, la asociación y
comparación, su capacidad de comprensión y expresión, contribuyendo así a su
formación integral.
Podemos decir, además, que el
juego es un recurso creador, tanto en el sentido físico (en cuanto
interviene en el desarrollo sensorial, motor, muscular, psicomotriz, etc.), como
en el sentido mental (el niño pone a trabajar durante su desarrollo todo el
ingenio e inventiva que posee, la originalidad, la capacidad intelectiva, su
creatividad, afectividad, etc.). El juego tiene, además, un claro valor social,
puesto que contribuye a la formación de hábitos de cooperación, de
enfrentamiento con situaciones vitales y, por tanto, contribuye en la
adquisición de un conocimiento más realista del mundo.